Preludio
Puede dudarse de todo… excepto cuando uno
mismo se ve reflejado en ello.
Gracias a mi entrañable amigo Ivan Barrera, por permitirme usar unas de sus fotos.
Despegue
Desde
hace buen tiempo, he tenido muy presente de que todo lo material (personas y
cosas) tienen su momento, ocupan un lugar en nuestra cumplen con su misión en
la vida para después irse y es entonces
cuando te das cuenta de que tienes una pérdida.
Constantemente
estamos teniendo pérdidas, unas son tan sutiles que apenas si las percibimos;
otras tantas son más significativas que cuando ya no las tienes te das cuenta
del espacio que ocupaban y aunque intentes o cubrir ese vacío que dejan no hay
modo de llenarlo.
El 3
de enero de 2017 mi padre, Luis Miguel Acevedo Garduño de 62 años de edad, despertó
en lo que parecía un martes común y ordinario. Venía de trabajar, entro a casa,
subió la escalera y antes de llegar a la sala, dijo Estela, para después desvanecerse; el nombre de mi madre fueron sus
últimas palabras. Así entonces mi madre, vio con impotencia como el cuerpo de mi papá
se quedaba sin vida. Lo que en otros años fuera un hombre valiente, -como gran
torero que fue- de carácter fuerte,
pocas sonrisas pero siempre sinceras, palabras duras más nunca ofensivas y que lucía
invencible, le fue arrebatada la vida apenas iniciando el año.
A
todos nos dejó vacíos, dolidos, llenos de temores, un manojo de incertidumbres
y una gran consternación. Pasaba del
medio día, cuando entre paramédicos y el médico, -uno de sus buenos amigos- y personal de la funeraria lo acomodaban en la
camilla para bajarlo y antes de que la sabana cubriera su rostro, de sus ojos escurrieron
unas tenues lágrimas, los paramédicos dijeron que es normal, cuando alguien muere
se segreguen líquidos, personalmente
creo que mi padre si estaba llorando, sabía que una vez atravesando la puerta,
no volvería nunca más. Esta vez no hubo puerta grande y no salió en hombros
como en las tardes en las que triunfó, cargado por quienes fueron mudos testigos de
su fatal desenlace, mi padre se encaminó a su última faena, misma que pensé,
tardaría en llegar. Dejó un puñado de gente llorando y pidiendo a Dios un
milagro, nuestros corazones estaban –siguen- destrozados y por más que
intentamos razonar, explicarnos los motivos, seguimos sin dar crédito a tan grande perdida.
Los pañuelos no ondean pidiendo la oreja, hoy secan los ojos, nuestros ojos que
se resisten en ahora verlo solo en fotografías
Al
final perderé todo lo que tengo; Sin embargo, lo que de verdad importa no se
pierde nunca.

No
podremos llenar el vacío que dejó, entonces aprendamos a vivir con su ausencia,
alguien me dijo que mi padre no estaba muerto, ahora vive de manera diferente
en cada uno de nosotros. Será por eso que me resisto ir al panteón, mi papá no
es ese montón de flores, no lo encuentro bajo de tanta tierra, me cuesta trabajo
ubicarlo como una nueva estrella que brilla en el firmamento. Mi torero es
fiesta, alegría, tardes bohemias acompañadas de tequila. Se manifiesta en las
canciones de Rapahel, Sandro y Joselito.
Aplica te
Hoy mi país, también vive una orfandad anunciada con el triunfo del
republicano Donald Trump. Quien amenaza con quitarnos la cobija paterna y
dejarnos a nuestra deriva, ha comenzado la deportación de mejicanos ilegales,
comenzó a revisar para cancelar los tratados de libre comercio. Su mayor
amenaza es ponernos un muro y que tendremos que pagar por ello. Ahora a todos nos
duele esta pérdida, la incertidumbre es terrible, buscamos culpables, el enojo
es tanto que lo hemos volcado hacia nosotros mismos. Tan difícil es verr como
tenemos que salir de nuestra zona de confort, que estamos en contra de todo y contra todos.
Se nos hizo costumbre girar alrededor de un país, como lo hacemos con los
caprichos de nuestro presidente en turno.

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